Hoy, sin su teléfono celular, una persona puede tener una crisis emocional severa y perder la capacidad operativa en su trabajo y sus actividades diarias; asimismo, en una situación de emergencia, cualquiera puede perder el control y sumirse en una angustia tal que lo lleve al colapso, simplemente por no poder comunicarse e interactuar con su dispositivo móvil, es decir, tener un ataque de pánico.
Hace 30 años, nuestros
padres y abuelos resolvían sus emergencias y problemas cotidianos de
comunicación, ubicación y salvaguarda con un billete o moneda escondida al
fondo del bolsillo; apelando a su buena
memoria para recordar números telefónicos; confiando en su intuición y
observación para no perderse en un camino recordando las calles recorridas; y
conversando con cualquier persona para pedir ayuda. Hoy, sin pila, conexión y
datos en un dispositivo electrónico, cualquier persona se paraliza y se angustia;
no es capaz de hacer casi nada que no resuelva con una aplicación móvil, una
tarjeta de crédito y una terminal electrónica.
El desarrollo tecnológico ha avanzado vertiginosamente, empero la capacidad de adaptación de los seres humanos ante esta condición de rapidez multipropósito ha resultado insuficiente, ya que la facilidad y comodidad con la que se puede resolver la vida cotidiana con un dispositivo tecnológico en la mano condiciona perniciosamente a los ciudadanos a una parálisis cuando se ven desposeídos del aparato, o de la falta de energía o conexión del mismo. La dependencia es tal que las personas se obnubilan y pierden el control.
El gran apagón
eléctrico sucedido el pasado 28 de abril de 2025 que dejó sin luz y sin
servicios por algunas horas a más de 30 millones de personas en múltiples
localidades de España y Portugal, además de ser inédito, mostró evidencia de
que una falla técnica o error tecnológico de alcance masivo, en este caso en
los centros neurálgicos de generación y distribución eléctrica, puede poner al
borde de una crisis a un amplio segmento poblacional, cuya capacidad de
respuesta y organización es insuficiente, dada su atomización y dependencia
tecnológica, frente a un caos provocado por la interrupción de las
potencialidades de interconexión, inmediatez y redundancia de los dispositivos
electrónicos y los conductores eléctricos.
En las emergencias y
desastres ya conocidos el impacto destructivo inicial que provoca un fenómeno
perturbador es el más devastador –pensemos en incendios, sismos o
inundaciones–, sin embargo sus efectos secundarios pueden prolongar el riesgo a
la población y generar otros, quizá más amenazantes e insospechados, como la
ausencia de energía eléctrica y la conexión a internet. Estamos ante una nueva
modalidad de emergencia, según su magnitud y alcance. Es necesario prepararnos.
La atención inmediata a
las víctimas, la evaluación de daños y análisis de necesidades en campo
–conocido como EDAN en los manuales de la Cruz Roja Internacional– son igual de
importantes que las labores de restablecimiento y vuelta a la normalidad de los
servicios, pues la población expuesta incrementa su condición de vulnerabilidad
en medida que trascienden las horas frente a la ausencia de insumos y servicios
prioritarios que se ven interrumpidos por el impacto del fenómeno.
Cuando estos efectos no
son atendidos inmediatamente, o no se cuenta con la capacidad de respuesta
suficiente para atenderlos con la oportunidad y organización requerida, el
desastre puede derivar en una situación más grave. ¿Se imagina que el apagón de
España y Portugal se hubiera prolongado por dos o tres días? Esto es también
protección civil ¡Feliz fin de semana!
Hugo Antonio
Espinosa
Funcionario, Académico y Asesor en
Gestión de Riesgos de Desastre
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