En México, antes del Porfiriato (1876-1911), la atención de emergencias como un procedimiento organizado de auxilio a la población no existía; tampoco un proceso sanitario de atención a heridos caídos en batalla, a pesar de ser un pueblo guerrero que vivía entre revueltas, intervenciones y asonadas entre facciones que luchaban por el poder. Desde la Independencia hasta la Reforma, jamás se pudo establecer un servicio de auxilio regular para la población a pesar de tanta sangre derramada por los cientos de miles de heridos tras 50 años de constantes guerras.
Orden
y Progreso era el lema de la época porfirista. Con la creación del Código
Civil, el Código Penal, el de Comercio y el Sanitario, se regularizó poco a
poco la vida nacional. Un aparato normativo y sancionador daría certidumbre al
proceso de modernización emprendido. En términos de sanidad, en 1891 se expidió
el primer Código Sanitario, a partir de la pluma de Manuel Romero Rubio,
Secretario de Gobernación y suegro de Porfirio Díaz, quien sentó las bases de
la sanidad pública como un elemento primordial de control social.
Los
abogados, los ingenieros y los médicos eran las clases sociales privilegiadas.
“Los Científicos”, les decían. Una élite que sentó las bases del México
Moderno. Hacia el cierre del siglo XIX surgieron los Delegados Sanitarios de
Emergencia, generalmente enviados a las fronteras y a los puertos para
documentar e intervenir los brotes de enfermedades contagiosas y para regular
el tráfico de mercancías que entraban y salían, en especial perecederos e
insumos susceptibles de infección y profusión de vectores.
El
Código sanitario establecía, por ejemplo, que todo aquel que vendiera
comestibles adulterados estaba en la obligación de anunciarlo al público de
manera clara. Debía colocar a cada producto una etiqueta en donde constara su
naturaleza; se prohibía vender carne de animales que hubieran muerto o se
hubieran sacrificado por estar enfermos de algún padecimiento contagioso,
infeccioso. En los establecimientos de venta de leche se prohibía el uso de
utensilios o recipientes de cobre sin estañar, latón, zinc, metal con esmalte
plúmbico o loza mal barnizada. Los locales deberían estar limpios, aireados y
separados de las piezas de dormir o de aquella donde hubiera un enfermo.
La
atención inmediata y traslado de personas lesionadas en el campo, la industria
y los servicios corrían la misma suerte que los combatientes: morían
desangrados en sitio o por enfermedades no letales por falta de atención. El
modelo de ambulancia en nuestro país no existía sino hasta que llegó la
revolución, con la aparición de la Cruz Roja Mexicana en 1910.
En
1907 la Cruz Roja Española propuso al gobierno mexicano la creación de la Cruz
Roja Mexicana, no obstante, fue hasta 1909 cuando prestó su primer servicio de
voluntariado al apoyar a víctimas de una inundación provocada por el desborde
del río Santa Catarina, en Monterrey, siendo esta la primera intervención de la
Cruz Roja en nuestro país, al mando de su fundadora Luz Gonzáles Cosío, sí, una
mujer. Tal suceso histórico detonó que, vía decreto presidencial, se diera la
titularidad de asociación facultada para asistir de manera pública a la
población, el 21 de febrero de 1910.
Desde
entonces la Cruz Roja Mexicana ha marcado la pauta en las operaciones de
auxilio en situaciones de emergencia. A diferencia de los 50 años de sangre y
barbarie durante las intervenciones extranjeras, su participación durante el
movimiento revolucionario fue significativa y estableció los preceptos de
neutralidad, humanidad, solidaridad e independencia en el campo de batalla, que
nunca antes figuraron en las cruentas guerras posteriores a la independencia.
En
la tercera y última entrega, hablaremos del trabajo de los voluntarios y como
se fue consolidando como los principales recursos humanos en los procesos de
protección civil y en los lugares con mayor riesgo de desastre. ¡Feliz fin de
semana!
Hugo
Antonio Espinosa
Funcionario,
Académico y Asesor en Gestión de Riesgos de Desastre
cmdtespinosa@gmail.com

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